viernes, 28 de diciembre de 2007

En La Sala 5ª Parte

Aquí os cuento lo que paso en casa de Irene.

La petición la sorprendió un poco más. Yo estaba envalentonada. ¿Es que yo no podía tener la iniciativa también?

- Me parece bien, así tendremos tiempo para poder hablar. Nunca perdía el sentido de la ironía!

Me parecía mentira lo que había ocurrido esa noche. Y todavía quedaba lo mejor. Ya en su casa, sacó el llavero para abrir la puerta del apartamento. Buscó la llave adecuada con tranquilidad, manteniendo el dominio que tenía siempre. A mí, en cambio, oír el tintineo del manojo de llaves me desesperaba. Cogí su muñeca y el roce de su piel fue suficiente para acelerar mis latidos. Nos quedamos las dos en silencio en aquel pasillo.

- ¿Sabes? Hay algo que no puedo olvidar desde aquel día... - empecé a decir.

- ¿Puede ser esto?

Y no me permitió acabar porque noté sus manos sujetando mis mejillas mientras me rozaba la piel suavemente con las yemas de sus dedos. Cerré los ojos y tuve su boca en la mía. Cuando ella comió mis labios con suavidad pero con ganas, viví la misma sensación que había tenido aquella vez. También ahora los pelillos de la piel se me pusieron tiesos como escarpias y me inundó la misma sensación de calor... Luego ella se separó. Abrí los ojos y seguíamos en un pasillo, delante de la puerta del apartamento.

- Sí, era esto... lo que quería recordar... - dije con la voz entrecortada.

- Será mejor que entráramos, antes de que aparezca algún vecino.

Tenía razón y entramos. Apenas se había cerrado la puerta y yo quería que nos besáramos otra vez. No podía haber dudas: su beso me había gustado; nunca me habían besado así. Pero ella no se conformaba con besarme. Con sus dedos desabrochó mi blusa y luego pasaron por el hueco de entre los pechos. Tampoco me habían tocado así. Pensé que sus dedos eran largos y finos, no como los de Carlos, y más adecuados para acariciarme suave y cuidadosamente, en vez de manosearme con prisa como hacía él. No se abalanzó sobre mis tetas sino que esperó a quitarme el sujetador con mucha calma. Luego los sostuvo en sus manos y los estrujó y acarició, rozándome los pezones con los pulgares, sin que dejáramos de besarnos. Pensé que su lengua era mucho más hábil y deliciosa que la de Carlos. Ya me lo había demostrado comiendo aquellas almejas. Buscaba mi lengua para derretirla en mi boca como si fuera un polo. También sus manos eran más habilidosas. Muy lentamente, se quitó la blusa y el sujetador. Cuando rozó mis pechos con los suyos, entendí que había cosas que no había imaginado nunca. Hundió sus dedos bajo mi falda...

- ¿No te dije que me gustaban mucho las almejas? - me dijo ella, muy excitada.

- Pues esa almeja está muy caldosa... - le respondí, no menos excitada que ella.

- No hace falta que lo digas porque la estoy tocando.

Notaba sus dedos acariciando mi entrada y eso fue demasiado para mí. Nunca me habían tocado así y ella lo hizo despacio y con tranquilidad, como me gustaba, entreteniéndose en la cara interior de los muslos y luego en los labios. Después, en el botón que había más adentro. La besé otra vez, como queriendo agradecer el placer que me daba. Cuando sacó sus dedos, estaban brillantes por la humedad. Acercó su anular y yo lo chupé encantada. Era terriblemente morboso probar el jugo de mi propio sexo.

- Estás muy caldosa., sí - dijo ella

- Quiero probar esa salsa. Y me llevó a su cama.

Unas pocas horas antes, lo último que hubiera pensado es que me desnudaría por voluntad propia para meterme en la cama con otra mujer. La vi más hermosa que nunca. Siempre me había parecido guapa pero ahora era más que guapa... Ella se había salido con la suya y había cambiado completamente las reglas esa noche. Me guió con sus manos y con mucha delicadeza para que me recostase sobre la cama. Me había tocado pero ahora iba a mostrarme cómo se comía una almeja... Después de besarme arrastró su lengua despacio por mi cuello, mis pechos y luego por mi vientre. La notaba húmeda como un caracol que se arrastra lentamente. Besó mi empantanado bosque de Venus y abrió su boca para mordisquearme con mucha suavidad la parte interna de los muslos. Su lengua entrando y moviéndose con rapidez, buscando la salsa que me cubría... ¿Cómo había podido vivir hasta entonces sin una boca así?

Ajena a los gemidos entrecortados y agudos que salían de mi boca, ella no dejó de comer toda la salsa que había en mi sexo. Nunca podría haber aprendido Carlos a hacer esto. Abrí los ojos y vi la brillante luz de la lámpara en el techo. En realidad, no la veía porque había dejado de prestar atención a otra cosa que su lengua. Hasta que cerré los ojos y gemí una última vez. Fue un gemido más prolongado. Luego mi cuerpo dejó de temblar y se relajó completamente. Su boca había dejado de comerme el coño y la noté otra vez en mi cara, invitándome a que la besara. Nos abrazamos. Hubiera querido dormir con ella pero tuve que dejarla. Esta no fue, ni mucho menos, la despedida fría y violenta de la última vez. Le dije que volvería en cuanto pudiese. También quise decirle que había sabido hacerme gozar de una forma increíble pero no hacía falta que lo dijese, eso ya lo sabía. Me marché en silencio.

Era tarde cuando llegué a casa pero no me importaba. Tampoco parecía importar a Carlos, que dormía tan plácido. Le miré un momento, pensativa, casi algo culpable, pero duró poco: estaba agotada y me cambié para acostarme.

A partir de entonces se terminaron los celos. Él me dejó hacer y yo aproveché, pero que muy bien, esa libertad. Agradecí la confianza recibida pero si él hubiera puesto además un poco de interés... Nuestro matrimonio se acabó poco a poco y él ni se dio cuenta. Se conformaba con que no hubiera discusiones: creía que eso bastaba para que nuestra relación pudiera funcionar.

Al final lo supo porque tenía que decírselo. Ya no quería dormir con él, y menos hacer el amor. Me encontré diciéndole cosas que jamás habría creído que tendría el valor que decir. Él pasó del completo estupor a la furia, pero no quiero dar detalles tan desagradables. Furioso, me gritó cosas muy ofensivas, pero no traté de defenderme. Entendía su cólera. Si él quería creer que le abandonaba porque era una lesbiana por naturaleza, allá él. En mi defensa, diré que descubrí mucho más que placer sexual con Irene. Si él me hubiera escuchado como ella y prestado el mismo interés, nuestro matrimonio no habría terminado así.

Quizá le hubiera dado otra oportunidad. Ahora no me arrepiento de nada.

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