lunes, 24 de diciembre de 2007

En La Sala 1ª Parte

Apenas llevábamos cuatro años casados y la rutina se había apoderado de nuestro matrimonio. Carlos, mi marido entonces, no parecía echar de menos que no saliéramos ni hiciéramos nunca nada interesante. Yo, en cambio, me sentía deprimida y cansada de la rutina que él había asumido sin problemas. Tampoco podía hacer nada por mi cuenta porque, a medida que me iba teniendo más abandonada, se volvía más celoso; parece absurdo pero era así.

- Veo que estás arreglándote. ¿Vas a salir? - me dijo, viendo que me estaba arreglando.

- Sí, a visitar a una amiga de la Facultad.

- Bueno, pero no tardes demasiado. Estarás antes de la cena, supongo.

¿Ya empezábamos con los celos estúpidos? No me gustaba ni su actitud ni el tono de su voz, y le respondí que volvería a casa cuando quisiera. Él se enojó y empezamos a cruzar frases, en un tono cada vez más alto, hasta que con un portazo di por terminada la discusión y salí de casa. Como siempre, después de discutir me sentí muy mal; y estas discusiones se habían hecho frecuentes. No me sentía de humor para hacer visitas pero tampoco quería volver a casa y que él se creyera que había dejado de ir por él. ¡Estaría bueno que no pudiese visitar a una amiga por sus celos!

La verdad es que a mi amiga Irene no la había visto casi desde que termináramos la carrera. Pretendía convencerme a mí misma de que no había tenido tiempo para verla pero los verdaderos motivos eran la dejadez y Carlos, que me absorbía completamente. Cuando tenemos pareja, nos olvidamos muy fácilmente de las amistades. Ahora vivía sola en un pequeño apartamento. Realmente me alegré de verla. Una mirada antes de que nos diéramos un beso y un abrazo, bastó para darme cuenta de que seguía siendo una mujer atractiva, puede que incluso más. Ella siempre había sido más provocativa en todos los sentidos: en su forma de vestir, al hablar, tratando con los chicos... Le dije que estaba guapísima con ese pelo castaño largo tan rebelde, recogido de una forma que me gustó mucho. Se mostró muy contenta de verme y nos sentamos para hablar de nuestras cosas. Yo también estaba encantada de verla pero se dio cuenta de que no era tan feliz como decía. Fue al hablarle de Carlos.

- ¿Problemas de pareja? No me cuentes nada si no quieres - me dijo, pero yo sí que quería hablar de mis problemas. ¿Quién mejor para escucharte que una amiga?.

- Sí, nuestra relación no está en su mejor momento. Nos queremos mucho, pero Carlos es cada día más aburrido y más insoportable con sus celos. Ya te digo que esta tarde no quería que viniese a verte. Le conté a todo y ella se portó como una buena amiga, escuchando y consolándome en sus brazos.

- Hombres... ¿Quién los necesita? - me decía, después de un buen rato hablando.

- Tienes razón: viviríamos mejor sin ellos. Callé, más aliviada después de confiarle mis preocupaciones.

- Y tú, ¿qué? ¿No tienes pareja? - le pregunté.

- Hace tiempo que no me interesan los hombres.

- Eso es una novedad. Recuerdo que en la Facultad todos iban detrás de ti. Y ahora estás más guapa todavía.

- Gracias, tú sí que estás guapa. Si te digo la verdad, descubrí que hay cosas más interesantes que tener siempre a un hombre detrás de mí.

Yo estuve a punto de preguntar cuáles pero pensé que se había hecho tarde, y después de despedirme de ella, volví a casa. No eran todavía las nueve pero por mucho que me dijese que regresaría cuando quisiera, tenía a Carlos en mi cabeza. Finalmente se había salido con la suya. Mi matrimonio siguió igual. Discusiones a diario, recriminaciones, celos y enfados. Yo le echaba en cara que nunca hacíamos nada interesante y él se excusaba diciendo que estaba cansado de trabajar. Eso sí, era hablarle de cualquier conocido, daba igual que fuera un compañero de la oficina o el peluquero, y él ya se sentía celoso.

Lo que no dejé de hacer fue visitar a mi amiga, ya podía decir él lo que quisiera. Creo que siempre pasa igual: cuando dejamos de sentirnos a gusto con la pareja, descubrimos que necesitamos de las amistades para tener su consejo y sobre todo para que soporten nuestra autocompasión; y mi amiga fue muy paciente escuchando mis problemas.

Bueno mañana os sigo contando como fue mi cita con mi amiga.

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