miércoles, 26 de diciembre de 2007

En La Sala 3ª Parte

Aquí os cuento que tal nos fue nuestra reunión.

Por un lado me sentí feliz de que se hubiera dado cuenta de que tenía que confiar en mí, pero por otro me sentí conmovida porque creí que no me había portado bien con él. En cuanto a la idea de salir los tres...

- No sé si me apetece mucho salir hoy.

- ¡Vamos! En serio, te prometo cambiar a partir de hoy.

Tuve que decirle que sí. Parecía sinceramente arrepentido de sus celos y yo no podía negarme. En cuanto a ella, hubiera preferido no volver a verla. Aunque quizás quisiera recuperar mi amistad. La perdonaría, pero que no pretendiese nada más.

Los asientos de la barra estaban todos ocupados de gente riendo y hablando de sus vidas entre caña y tapa, mientras los camareros entraban y salían de la cocina llevando raciones en las bandejas. Sólo quedaban sitios en las mesas e Irene nos hizo una señal para que la viéramos. Nos sentamos con ella y yo la saludé educada pero algo fría.

- ¿Tú eres Carlos? Encantada, Fernanda siempre me habla maravillas de ti y de lo feliz que es desde que estáis casados - le dijo, y se dieron un beso.

¿Qué yo siempre le había contado maravillas de mi marido? ¡Vaya cinismo! Poco iba a poder perdonarla si empezábamos así.

- ¿Traigo la carta y pedimos algo para comer? - preguntó Carlos.

- No es necesario, ya he pedido yo un par de raciones. He comido antes aquí, y hacen unas raciones buenísimas. Espero que os guste lo que he pedido.

Empezamos a hablar de nuestras cosas hasta que el camarero nos interrumpió para dejar sobre la mesa una fuente de barro repleta de almejas, tres platitos para echar las cáscaras, y un canasto con panecillos. Era la primera ración: almejas en su salsa.

- ¿Os gustan las almejas? - nos preguntó.

- Sí, la salsa está muy buena - respondió mi marido, mojando un trozo de pan en la salsa.

No mentía: la salsa verde con sus ajitos y su perejil era deliciosa. Yo empecé a comer. Tenía hambre y me gustaban mucho las almejas.

- A mí es que me encantan las almejas. Meter mi lengua entre la cáscara y llegar hasta la carne - añadió Irene, y cogió una almeja para abrirla delicadamente... e introducir su lengua en la almeja, muy despacio y para que pudiese verla bien, mientras me miraba a los ojos.

Esa mirada me hizo soltar la almeja que tenía entre mis dedos y ruborizarme. Ella pareció divertida con la cara de sorpresa que debí poner.

- Cielo, se te está cayendo la salsa al mantel - me advirtió Carlos, y vi una mancha verde en el mantel.

Él seguía a lo suyo, sin darse cuenta de nada, comiendo más almejas que nadie y arrebañando la salsa con trozos de pan. Yo era la que menos comía, y me daba cuenta de la mirada provocadora y divertida de Irene sobre mí. Su lengua se me insinuaba cada vez que se introducía en una almeja para alcanzar la carne. Dicen que las ostras son afrodisíacas pero yo estoy segura de que las almejas tienen que serlo tanto o más. Me sentí excitada, furiosa y con ganas de irme, todo a la vez. Enojada, me dieron ganas de volcarle la fuente entera de las almejas, pero luego pensé en cómo serían esos labios cubiertos de la salsa verde... Otra vez recordé aquel maldito beso. Por fin se terminó la fuente.

- Buenísimas - sentenció mi marido.

- ¿Verdad que sí? Yo es que prefiero el pescado a la carne – dijo ella.

- Pues tienes razón, donde estén el pescado y el marisco.

- ¿Y tú, Fernanda, qué prefieres? ¿La carne o el pescado? - me preguntó ella, con toda la inocencia que podía fingir.

- Ehh... la verdura.

Mañana os sigo contando que tal nos fue la comida no os lo perdáis.

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