jueves, 27 de diciembre de 2007

En La Sala 4ª Parte

Bien aquí sigo contando como nos fue la comida.

Me sentí indignada pero con ganas de reírme con la dichosa preguntita. ¡Menuda era mi amiga! Hasta aquel día que me había besado, yo había creído conocerla muy bien, pero aquella noche iba a descubrir muchas más cosas de ella. Llegó la segunda ración: tortilla española. Esta vez sí entendí el plato a la primera. Era tan descarado que me dieron ganas de levantarme del asiento, de reírme o de las dos cosas a la vez. Al final me comí mi trozo de tortilla en silencio.

- La tortilla la hacen muy bien aquí, ya veréis.

- Ah, pues tienes que ver qué tortillas más ricas sabe hacer Fernanda: con sus patatas, su pimiento y su cebolla - comentó mi pareja, totalmente inconsciente de lo que estaba ocurriendo en aquella mesa entre esa mujer y yo, poniéndole las cosas todavía mejor.

- ¿De veras? Pues me encantaría verlo - dijo ella, con una sonrisa irónica e insinuante para mí.

No podía creerme aquello. Una mujer me estaba seduciendo y Carlos no se daba cuenta de nada sino que, inconsciente, le seguía los comentarios.

- ¿Y qué comemos ahora? ¿Algún bollo de postre? - pregunté yo muy sarcástica, cuando se acabó la tortilla.

- ¿Bollos? ¿En serio te apetece comer algo dulce? - me dijo ella, como si le extrañara mi comentario.

- Yo estoy lleno - dijo mi marido, y yo tampoco tenía hambre. Sí creía que con el café se acababa todo, estaba muy equivocada.

- Oye - me dijo Carlos - Estoy pensando que ¿por qué no salís un poco vosotras solas, para hablar de vuestras cosas?

El Carlos de siempre jamás me habría propuesto algo así. Se había tomado muy en serio lo de cambiar pero, por una vez, hubiera preferido que fuera el celoso y aburrido de siempre.

- ¿Seguro que no te importa? - le preguntó la muy descarada.

- Claro que no.

- ¿Podemos hablar un momento en privado? - le dije a Carlos.

Fuera del bar, le dije que me encantaba que hubiera decidido ser menos celoso, pero que tampoco tenía por qué hacerlo.

- Mira, yo quiero que seas feliz y que tengas tus amistades. Confío plenamente en ti porque sé que nunca me engañarías con otro hombre.

¡Aquello era demasiado! Si él hubiera sabido lo que tenía Irene en mente...

- Pero... ¿estás realmente seguro?

- Claro, cariño. Puedes salir con tu amiga siempre que quieras. Lo importante es que te lo pases bien.

Él tenía razón: me lo iba a pasar muy bien esa noche. Me besó y me dejó realmente pasmada. ¿Qué podía hacer yo? Había sido fiel pero él sería culpable de lo que pudiera ocurrir. Me di por vencida, y cuando volvimos a sentarnos, alargué mi pierna hasta rozar la de Irene. Ella se sorprendió un poco, pero no mucho: estaba muy segura de salirse con la suya. Luego me sonrió de una forma, como advirtiéndome de todo lo que podía pasar aquella noche... Era la señal de mi rendición: había claudicado y ahora sentía mucha curiosidad por lo que pudiera pasar. Acarició mi rodilla con la mano con suavidad. En buenas manos me dejaba Carlos esa noche. Carlos se fue y llegó el momento que tanto temía: el momento en que nos quedamos solas las dos.

- Ya te vale, ¿no? - le dije.

- ¿A qué te refieres?

- No te hagas la inocente... En la Facultad siempre querías salirte con la tuya y no has cambiado. Y ahora, ¿por qué no vamos a tu casa?

Bien lo que paso ya en su casa os lo cuento mañana.

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