jueves, 31 de enero de 2008

Tres en Una Cancha 1ª Parte

Siempre apurando hasta la última hora en el gimnasio. Esta noche me he entretenido más de la cuenta en el yakuzzi y casi no me ha dado tiempo de ducharme y cambiarme. Me están apagando las luces del vestuario. Aparece la chica de recepción para comprobar si queda alguien.

-En seguida salgo. Le respondo.

Me cuelgo la mochila del hombro y acelero el paso hacia las escaleras pero el sonido de una pelota botando en la cancha me detiene. Todavía hay alguien jugando. Son tres. Debería marcharme, acaban de apagar las luces del pasillo. A los tres jugadores parece no importarles. Entiendo, alguno de ellos debe ser monitor y tendrá la llave de la puerta. Me han visto.

- ¡Eh! ¿Quieres jugar? Somos impares.

Sonrío asustada y niego con la cabeza.

-¿Jugar yo?

Desde el colegio que no toco una pelota de básquet y esos tres, por el tipo que tienen, parecen profesionales.

- No, gracias, están cerrando.

- Luego abrimos. Venga, sólo serán unas cuantas canastas.

- Es que no sé jugar muy bien.

- Mientras sepas correr y botar ya nos vale.

Se ríen y no sé si se ríen porque han interpretado que la que botará por el suelo seré yo y no la pelota. Río también, qué remedio, y me los quedo mirando unos instantes. Debería repetir que no y volver corriendo a casa. Debería, debería... No todas las noches se me presenta la oportunidad de ser el juguete de tres cuerpos perfectos. No lo pienso más, me quito la mochila y la chaqueta y salto a la cancha. Por cortesía me ceden la pelota y empiezo a correr. Me sigue Jordi, así le llama su compañero, me acorrala, me intenta quitar el balón pero se lo paso a Carlos, mi compañero de equipo, que espera a que me desmarque para devolvérmela, drible como pude, lanzo y... ¡canasta!. Y es lo único hábil que llegaré a hacer en todo el partido. Carlos me abraza para felicitarme... me estruja entre sus bíceps, tríceps, abductores, supinadores, extensores... y me siento como una muñeca de trapo.

Rafa, el que parece el monitor, pone de nuevo el balón en juego y salto para alcanzarlo sin ninguna oportunidad porque Jordi pega un salto increíble, me adelanta un cuerpo y me chorrea sudor por aspersión. Intento quitarle la pelota ya en el suelo pero el tipo driblea maravillosamente haciéndome corretear a su alrededor como ardilla histérica. Estiro los brazos para cortarle el paso pero mis brazos deberían medir el doble para abarcar esa espalda que se me antoja un muro infranqueable. A un movimiento suyo, pierdo el equilibrio y acabo en el suelo. Rafa para el partido pero le indico que no ha sido falta y seguimos.

Estoy agotada pero me avergüenza que esos tres me tomen por débil y le sigo los talones a Carlos para apoyarle en su intento de hacerse con la pelota. Se hace con la pelota y gira velozmente hacia el campo contrario pero mis reflejos no son tan rápidos y vuelvo a acabar en el suelo. Jordi me ayuda a levantarme y del impulso choco contra su pecho. No me suelta la mano, no puedo liberarme y no es sólo su pectoral de piedra lo que siento, hay algo todavía más duro que se aplasta contra mi ombligo. Rafa llama a Jordi y me deja tranquila... en realidad, intranquila porque lo único que siento de mi cuerpo es el deseo golpeándome la matriz.

Corro de nuevo detrás de los tres adonis pero ya no estoy en condiciones de ser útil en el partido. Voy a un lado, vuelta hacia el otro, me caigo un par de veces más y decido rendirme. Me quedo tumbada en el suelo jadeando, la vista en contrapicado es impresionante: Rafa, Jordi y Carlos de pie junto a mi. Las piernas fuertes y peludas que se pierden entre los shorts, como troncos de árboles entre la hojarasca.

Desde aquí puedo oler el sudor de sus cuerpos, tigres enjaulados en camisetas ajustadas, pienso, e inconscientemente junto las piernas apretando los muslos. El ejercicio ha hecho aumentar mi temperatura, la sangre circula rápido por las venas, a toda velocidad en el vientre y los genitales... para, para... Gimo, no quería pero la presión me tortura. Me toman de los brazos para incorporarme. Se me nubla la vista, el vértigo me debilita las piernas. Me apoyo en Carlos, el caluroso Carlos, que me empuja suavemente hacia Jordi, el juguetón, que me toma con fuerza de la cintura y me hace girar hasta Rafa, el más severo, que no pierde el tiempo y me arranca la camiseta por encima de la cabeza. Me gustaría no haber perdido el habla, decir espera, mostrar mi lado seductor y hacerle besar por donde yo piso, pero sólo acierto a suspirar con los brazos colgados de su cuello y la cabeza hundida en su pecho.

Seguro de si mismo pero impaciente, estira la goma de mi pantalón y lo desliza hacia abajo. Carlos y Jordi me levantan para facilitarle la tarea de desnudarme y ya no volveré a tocar el suelo durante mucho, mucho tiempo. No me había fijado en sus manos, no me había fijado en lo grandes que eran y lo ásperas. Apoya mis piernas en sus hombros y abarcándome con una mano la cadera con la otra me presiona el vientre, descendiendo, enredando los dedos en la prenda interior que se engancha a la piel debido a la humedad. Quítamela ya... pero no, parece halagado de mi evidente excitación y disfruta estirando las tiras hasta convertir lo que una vez fue una cómoda braguita en una hiriente cuerda de algodón.

Bueno mañana os sigo contando este gran partido.

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