jueves, 10 de enero de 2008

Seguid Follando a Mares

Hola, estoy aquí para contaros la continuación de mi aventura con mi cuñado.

Llevaba varios meses metiéndomela hasta los cojones, y el muy hijo de puta no aflojaba, yo tampoco, je je, y bien que me he comido su polla por todas partes. A esa altura de las circunstancias, recibí la noticia que mi marido había sido pateado por su amiguita y buscaba el regreso. Es la leche. Juro que me di el gusto más grande de mi puñetera vida sentándolo de culo al cabrón, y refregándole los cuernos que se había comido. Sencillamente, Esteban, mi cuñado y amante era una máquina de producir semen. Lo largaba a cántaros. Y esa tarde del llamado de mi ex, había dejado su cuota semanal en mí, y yo que en el apuro, ni bañarme, me sequé todo lo que pude con mis bragas, que quedaron empapadas y pegajosas.

La venganza estaba a las puertas, pues dejé que mi ex se acercara hasta el apartamento, y no bien le abrí la puerta, le dije:

-Muéstrame las manos.

El sonriente cornudo se llevó la sorpresa del siglo cuando le puse en ellas mis bragas mojadas de semen y acoté:

-Ahora ya sabes, tu mujer es follada por una jauría de animales. Y ahora vete, porque más tarde llega el resto del regimiento y debo atenderlo.

El cornudo se fue abatido, vencido y humillado. ¿Mis bragas? Pues mis bragas aparecieron tiradas en las escaleras. Joder.

Con Esteban las cosas estaban yendo bien. Dos o tres visitas por la semana, visitas de amante, todo se resumía a desnudarse y follar media hora o más, hasta sacarnos la leche.

Excepto esa tarde de la famosa sorpresa que hacía tiempo me habría prometido. Cayó inesperadamente. Se trajo un Carlos III, Solera reserva, y un par de pequeñas copas me pusieron fuera de control. Literalmente perdí el manejo de mí misma y sobre él. Cuando observó que estaba tirada como un trapo sobre el sofá, fue a abrir la puerta para dar paso a cinco compañeros de oficina. Más que guapos, y bien alzados.

-Aquí está la puta de mi cuñada. Hacedla a gusto que no hace asco a nada ni a nadie.

Entre sorprendida, mareada y curiosa a la vez, me dije a mí misma, que va, si donde folla uno follan cinco. Y empecé a sentirme rodeada por cinco entusiastas que no hacían otra cosa que toquetear, acariciar, besar, y hasta el más cojonudo ya me había metido un dedo en el culo. Tomé al que se hallaba más próximo y le metí un beso de aquellos, haciéndole sentir la lengua hasta el fondo de su garganta, mientras mi mano presionaba una polla durísima y caliente, y mis tetas eran magreadas con insistencia. No recuerdo exactamente si fue en ese instante que uno de ellos se arrodilló para succionarme el clítoris. Pero el caso fue que Eusebio, que así se llamaba el de la polla grande, se paró en el sofá frente a mí y me la hundió en la boca.

Largo rato estuve así saboreando su jugosa polla, hasta que unos jugos mentoladas (todos los hombres tienen un gusto distinto) me inundaron la boca y me produjeron una reacción involuntaria echándolos afuera de golpe. No conforme con ello me levantó las piernas y me la enterró de un movimiento. No me resistí, y lo dejé hacer a su antojo. Gozaba intensamente con cada uno de sus movimientos. Esteban miraba la escena parado en un rincón, con ojos voluptuosos y lascivos.

Confieso que quien había lamido mi clítoris era muy guapo, y le concedí el don de mamársela. Duró poco, en menos de cinco minutos se corrió y lo mismo hizo Eusebio adentro mío.-4-
Me puse de pie como pude para llegar al dormitorio, donde recibiría al resto de la manada. En cuatro patas, y casi a oscuras me fueron dando como perfectas máquinas aceitadas, acariciando mis nalgas, ora pellizcándolas, o dándome cachetadas, cosa que yo recibía con gusto en medio de mis orgasmos incalculables.

Recuerdo que al cabo de una hora, sobre la cama había una lago de semen, que ciertamente se había formado de las cataratas que caían de mi interior. Un flaco y alto, no recuerdo el nombre de aquel, pegó un grito de asombro y satisfacción cuando me hundió su polla en mi culo cada vez más caliente, y más bruto fue su grito cuando lo hice correr con voluptuosos movimientos de mis ampulosas caderas.

Recuerdo que fue el último. Caí en la cama boca abajo extenuada por la sucesión de brutales orgasmos. Esteban vino y me cubrió con una sábana, me besó en la mejilla y se le escapó una confesión.

-Juro que nunca disfruté tanto de ver gozar a una mujer, y a tantos hombres correrse con ella. Mereces un monumento. Me dio un beso en la mejilla y se marchó. Yo quedé dormida.

A partir de aquél día, él y yo tuvimos sexo más refinado, más artesanal, diría yo, con delicadeza de movimientos, tratando un de dar al otro lo mejor de sí con el cuerpo. Querrán saber cuál fue su siguiente propuesta... sí, lo imagino, follarme en un parque público a la luz del día. Pero esa es otra cojonuda historia.

Un beso a todos, donde más os guste.

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