miércoles, 27 de febrero de 2008

Follada por 2 Consoladores y Una Polla 1ª Parte

Hace un año, nuestro matrimonio no atravesaba el mejor momento. La menopausia de Ana le había hecho perder su natural lubricación y había olvidado, en algún recodo del camino de la vida, su histórica libido. Esto provocó una infidelidad de mi parte, que trajo como consecuencia mi expulsión del hogar y una posterior e inolvidable reconciliación.

Hasta ese momento, Ana se resistía bastante a entregarme su culo, alegando un dolor importante, aunque debo contar que en varias oportunidades eyacule en sus intestinos. Luego de nuestra traumática separación comenzó a darme su culo más asiduamente, hasta que comenzó a gozar locamente cada penetración anal. Empezamos, además, a gozar de la compañía de algunos aparatitos. Compramos, en primer término, un vibrador de unos 15 cm, al que llamamos "Chiquito" y que fue acogido por Ana con gran beneplácito. Se lo devoró de mil formas y por todos sus orificios. Para que se deslice más ágilmente dentro suyo lo vestíamos con un bien lubricado condón. Se hizo habitual que Ana fuera objeto de dobles penetraciones; Chiquito en su vajina y mi polla en su culo causaron su delirio en largas noches de múltiples y prolongados orgasmos. Introducimos, luego, una segunda variante: tras ser penetrada por el vibrador y humedecida su vajina por los movimientos de "nuestro amigo", yo, metía también mi miembro en su vajina poniéndola loca de calentura y sacándole sus gemidos más sonoros.

Entre polvo y polvo comenzaron a presentarse grandes ratones. Pensé en lo delicioso que sería ver a mi mujer penetrada por otro hombre, escucharla gemir al ritmo de otra polla. No tardé en hablarle de eso y ella empezó a compartir mis fantasías. Poco a poco, mis imaginarios compañeros de penetración pasaron de uno a ser dos y luego varios más. Ana se acostumbró a gozar de interminables veladas sexuales en las que era repetidamente follada por Chiquito, por mí y por un nuevo consolador de grandes dimensiones, al que bautizamos como Papuchi.

Así, llegaron nuestras vacaciones en una hermosa isla del sur de Brasil. Allí, en una cabaña alquilada y lejos de las preocupaciones cotidianas, cogimos hasta el hartazgo, con el infaltable aporte de nuestros amigos de siliconas y de nuestros entrañables ratones.

Un día, tras una no muy larga discusión, decidimos concurrir a un balneario nudista del lugar, Praia Galetha. Era un día algo nublado pero caluroso, cuando llegamos a esa playa de aguas frías, enmarcada por un acantilado en el que la erosión dibujó algunas cuevas de considerable tamaño.
Seleccionamos un lugar donde ubicarnos y yo me despojé de toda mi ropa, mostrando un miembro que no mostraba su aspecto más tentador. Ana, incomoda por los numerosos curiosos vestidos que pasaban permanentemente por el lugar, no se desnudó totalmente y solamente accedió a hacer topless, dejando al aire sus sensacionales senos. Esto bastó como para que los hombres desnudos que pasaban por nuestro lado voltearan para mirarla y mostraran el crecimiento casi instantáneo de sus vergas.

Luego de permanecer un rato tomando mate y gozando del poco sol que las oscuras nubes dejaban filtrar, notamos que un hombre depositaba sus pertenencias a escasos metros de nuestra posición. Tendió su toallón sobre la arena y se quitó el short, dejando a la vista un maravilloso miembro que, aun en estado de semireposo, se presentaba un fino bocado para cualquier mujer con sangre en las venas. Ana no se mostró ajena a ello y su rostro comenzó a mostrar ese inconfundible rubor típico de las mujeres cuando principian a calentarse. Si bien yo me hice el desentendido, noté que el recién llegado no sacaba sus ojos de las tetas de Ana y que su polla ya mostraba señas de estar entrando en erección, acusando recibo del atractivo de mi querida esposa. Invité entonces a Ana a meternos en el mar, a lo cual ella accedió sin dudarlo.
Mientras jugábamos con las primeras olas, Ana me dice:

-"Viste el tipo que se acostó a nuestro lado?...me encanta esa polla en reposo sobre sus muslos. En realidad, me estoy mojando bastante"

La miré a los ojos y le pregunté:

-"Te gustaría que te haga el amor? Creo que este tipo ni se puso allí por casualidad y que el tamaño de su polla indica que no le eres indiferente…es más, creo que tus tetas lo tienen loco".

Me miró con una amplia sonrisa, como si le estuviera dando la mejor de las noticias y señaló:

-"Su polla también me pone loca, pero no sé, en realidad no me animo a…

Un trueno y el inmediato aguacero que se desató le impidieron terminar la frase. Corrimos hacia nuestra ropa, la tomamos y continuamos nuestra carrera hacia una de las cavernas del acantilado para protegernos de la lluvia y…!vaya casualidad!...el motivo de nuestros desvelos era nuestro único compañero en ese improvisado refugio. Era un joven de unos 35 años, de cabello corto castaño claro, estatura media y una considerable dotación que no había perdido su consistencia.

Tras un primer momento de cierta incomodidad, decidí romper el fuego diciendo:

-"Qué mala suerte, qué día del demonio!", tras lo cual me presenté: "Soy Angel y ella es Ana, somos argentinos".

El asintió con su cabeza y respondió en un portugués bastante comprensible:

-"Eu seu Wilson e moro o Sao Paulo".

Agregó que pedía disculpas por estar totalmente desnudo. Yo vi allí una luz de esperanza en ver cumplidas mis fantasías y le dije que debíamos ser nosotros quien nos disculpáramos ya que no estábamos en sus mismas condiciones pues lo correcto sería que Ana se quite su tanga para quedar todos desnuditos. Mi esposa me fulminó con su mirada, pero luego…sorpresivamente se fue quitando despacito su tanguita sin separa su mirada de los ojos de Wilson. El brasileño se tomó su tiempo para mirar la bien depilada vajina de Ana, luego su vista se detuvo en los erectos pezones de mi mujer para finalmente susurrar:

-"Delicia".

La verga de Wilson tornaba a tomar dimensiones más que notables y los ojos de mi mujercita no lograban abstraerse de ella. Pensé entonces en qué podía hacer para ayudarlos a darse todo el placer que parecían reclamar y sólo una c osa se me ocurrió, una excusa que no por obvia y vulgar dejaría de ser eficaz. Dije, entonces:

-Qué estúpido, olvidé mi reloj tirado en la arena, corro a buscarlo. Ya vuelvo".

Salí de la cueva y caminé un rato por la playa. La furiosa lluvia que se había desatado ya se había transformado en una inofensiva llovizna. Hice tiempo para permitir que algo se iniciara en aquella cueva.

Pasados 7 minutos, medidos por el reloj que, en realidad, llevaba envuelto en la remera que colgaba de mi brazo, volví a la caverna.

No dejéis de leer mañana lo que estaba pasando en la cueva porque seguro que os va a poner bien calientes.

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