miércoles, 24 de octubre de 2007

De Mirones a Violadores 1ª Parte

Después de casi once meses de trabajar, tanto mi novio como yo, seis días a la semana, había llegado el merecido momento de regalarnos dos semanas de vacaciones.

Con tiempo por delante y paciencia, nos pusimos a buscar un lugar tranquilo en una zona costera del Mediterráneo, esperando encontrar algo atractivo.

Estábamos en el mes de octubre, e íbamos a disponer de vacaciones juntos las dos últimas semanas de Noviembre, así que nos pusimos a la búsqueda de un lugar agradable para relajarnos después de tantos meses de intenso trabajo.

Durante todo el tiempo que llevábamos trabajando, habíamos llegado a verlo casi todo. De hecho, en el trabajo de los dos en la agencia de viajes hay ves de todo. Cuando viajas en el avión ves como muchas parejas se van a los aseos para echar un buen polvo.

Todo esto había contribuido a que mi novio y yo hubiéramos dejado atrás muchos de los perjuicios que teníamos cuando nos conocimos, y nos habíamos convertido en una pareja bastante morbosa, aun cuando no practicábamos intercambios con otras parejas, ni habíamos invitado por el momento a nadie para compartir nuestra cama.

El hecho es que en nuestra agencia viajes donde trabajamos los dos vimos un viaje que nos gusto. Se trataba de una urbanización con pequeñas casas unifamiliares, de esas que a veces te ofrecen para formar una mancomunidad, y disfrutarla durante unos días al año.

Ofrecían el alquiler de dichas viviendas por semanas, a un precio que no llegaba ni a la mitad de otras ofertas que habíamos visto parecidas. La urbanización estaba situada a unos pocos Km de la costa Alicantina, en la falda de una montaña, y prometía descanso y tranquilidad absoluta, así como muy buena comunicación con el pueblo más cercano y las playas.

Aunque ya no era tiempo de bañarse, tanto mi novio como yo pensamos que era un buen lugar para descansar durante dos semanas, así que nos pusimos en contacto con él numero de teléfono que indicaban, y al día siguiente ya teníamos reservada una de las casitas para pasar allí nuestras merecidas vacaciones.

Cuando llego el momento, cogimos el coche y nos encaminamos a Alicante, ilusionados en pasar los próximos quince días divirtiéndonos, comiendo, bailando, follando, y porque no, si surgía la ocasión, hacer alguna que otra travesura sexual.

Una vez en el lugar, nos encontramos con un grupo de unas 30 casitas, todas ellas iguales, separadas unas de otras por unos cincuenta metros. Todas tenían su correspondiente jardín, rodeado enteramente por una valla metálica y unos frondosos abetos que ocultaban a los ojos de los transeúntes lo que ocurría en cada parcela.

En esa época del año, solo estaban alquiladas media docena de casitas, y las que estaban a ambos lados de la nuestra, estaban vacías. Sin embargo, el lugar era precioso, al igual que tranquilo. Se veía muy poca actividad por las cercanías, tan solo habíamos visto a varios matrimonios mayores de vez en cuando en la parte más baja de la urbanización.

De todos modos, nosotros estábamos muy a gusto. Paseábamos por la playa, comíamos en buenos restaurantes, visitábamos los pueblos cercanos y todos los días echábamos al menos un buen polvo. Incluso en una ocasión se nos antojo echar una follada rápida durante la noche en la playa, y digo rápida porque tampoco hacia mucho calor que se diga, como para estar en bolas sobre la arena a esas horas de la noche.

Una tarde en la que lucia un generoso sol, mi novio dormitaba en una de las tumbonas que había en el jardín, vestido únicamente con una camiseta y un pantalón cortó, cuando descubro que una sombra cruzaba ante sus ojos cerrados. Era yo, que tenia ganas de juegos.

Ataviada únicamente con la parte de abajo de mi bikini amarillo y una camiseta ancha que apenas cubría mi hermoso culito, puse mis piernas a ambos lados de la tumbona y me senté justo encima de su tranquilo paquete, abrió los ojos y vio en mi cara una expresión de gata caliente y empezó a acariciar mis caderas por debajo de la camiseta con suavidad.

De pronto distinguí una cara que nos observaba desde detrás de una pequeña abertura que había entre los abetos aproximadamente a un metro de la puerta de la valla.

- Hay alguien mirando desde detrás de la valla. Le dije a mi novio.

El giro la cabeza al tiempo que yo me levantaba de encima de el para que pudiera dirigirse al lugar donde estaba el curioso. Cuando estuvo mas cerca distinguió a un hombre de cabeza grande y sin un solo pelo en el cuero cabelludo, cubierto con una gorra parecida a la de un chofer.

Abrió la puerta de la valla y salio a la calle que cruzaba toda la urbanización y se encontró con dos hombres uniformados de lo que parecía una empresa de seguridad.

- ¿Ocurre algo? - Les pregunto.

- No, perdone. - Contesto el que había estado mirando. - Somos del servicio de vigilancia de la urbanización. Oímos unas voces y me asome por el hueco entre los árboles. Espero no haberles molestado.

Era un tío de al menos un metro noventa, con una espalda que parecía un armario ropero, totalmente calvo y con acento extranjero. Su acompañante era un poco más bajo pero también estaba un rato cachas, y no dijo ni una sola palabra. Los dos iban vestidos de uniforme, incluida la gorra, y de su cintura colgaban una porra, una pistola y en la parte posterior unas esposas.

- No, no. - Les contesto.

- Me alegro de verles por aquí, esto esta muy solitario estos días.

- Bien, que tengan un buen día, usted y su pareja. Ya nos vamos. - Volvió a decirme el armario ropero.

Regreso tranquilamente al jardín de nuestra casita, donde le esperaba de pie al lado de la tumbona, y volvió a acostarse para seguir disfrutando del sol.

- ¿Quién era? - Le pregunte.

- Los guardias de seguridad de la urbanización. No te preocupes, no pasa nada, deben de estar haciendo su ronda.

- Ya, pues han estado a punto de contemplar un espectáculo inesperado. Menos mal que los e visto a tiempo. – Le dije.

Como por instinto, volví a girar la vista hacia el lugar donde antes había visto al guardia de seguridad, y por un instante pude ver como rápidamente retiraba la cara del hueco entre los abetos y se escondía a un lado. Era el mismo que nos había estado observando antes.

Sentí como si en ese momento me hubieran inyectado una jeringuilla de puro morbo, cogí a mi novio de la mano he ice que me sentara de nuevo sobre el diciéndole:

- ¿Te gustaría darles ese espectáculo, cariño? Aun están mirando.

Se quedó un momento sorprendido, sin saber como reaccionar. Mientras yo le había deslizado sus manos bajo mi camiseta y ya me acariciaba los senos con suavidad al tiempo que su pene aumentaba de tamaño bajo su sexo cubierto únicamente con el bikini.

El me dirigió una sonrisa cómplice, sin volver la cabeza hacia la valla y comence a mover mis caderas en círculo, restregando mi coño contra su polla por encima de la ropa, haciendo que su herramienta adquiriera su máxima erección. Al mismo tiempo, el empezó a jugar con mis pezones bajo la camiseta, presionándolos entre los dedos pulgar e índice de cada mano, lo que contribuía a que yo empezara a calentarme tanto como el.

De tanto en tanto, yo dirigía una disimulada mirada hacia el hueco de los árboles, y comprobaba que nuestro guardia mirón no perdía detalle de nuestras maniobras. No pude descubrir desde donde nos observaría su acompañante, pero estoy segura de que no se estaba perdiendo nada de la pequeña travesura que les estábamos montando.

Nos pasamos mas de un cuarto de hora restregando nuestros sexos y acariciando nuestros pezones mutuamente, hasta que nuestro estado de calentura fue tal que decidimos meternos en casa para desfogarnos en la cama, y cuando estaba punto de cerrar la puerta de entrada, me volví hacia la valla, y dándome un beso en las yemas de los dedos, con una maliciosa sonrisa puse la palma de mi mano hacia arriba y sople suavemente dirigiendo el morboso beso hacia el lugar donde nuestros espectadores debían de estar ya totalmente empalmados.

Esa tarde echamos un polvo mágico, debido sin duda al morbo que nos había producido la travesura del jardín. Después de un buen rato en la cama practicando diversas posturas sexuales, y tras vaciarnos cada uno de nosotros un par de veces, nos aseamos y nos fuimos al pueblo a dar una vuelta y a cenar.

Ya casi nos habíamos olvidado de los agentes de seguridad, cuando un par de días mas tarde, ya bien entrada la tarde, mi novio se encontraba en el sofá viendo la televisión, y yo leía un libro recostada sobre el césped del jardín, con la espalda apoyada contra la pared de la casa, justo al lado de la puerta, cuando su voz llamó mi atención:

- Cariño, volvemos a tener visita.

- ¿Cómo? - Dijo el, que estaba más atento a la tele que a lo que le decía.
- Los de vigilancia. Están otra vez detrás de la valla, debió de gustarles el otro día el espectáculo, y vienen a ver si hoy hay función.

- Va... No les hagas caso. Sigue leyendo y no seas mala. - Contesto el al notar un tono pícaro en mi voz.

- ¿Acaso a ti no te gusto la función, cariño?

Esta ultima frase la pronuncie con ese tono de voz de gata salvaje que yo sabia que le despertaba la libido. Así que se olvido de la televisión y se dirigió a donde me encontraba yo. Cuando llego a la puerta, dirigió una disimulada mirada hacia el lugar donde sabia que se apostaban nuestros mirones, y tal como le había dicho, allí estaba oculto tras los abetos el grandullón del otro día, atento a lo que pudiera pasar en nuestro jardín.

Yo le cogí la mano y le guié a que se situara frente a mi. Tal como estaba sentada en el suelo, con la espalda contra la pared, abrí mis flexionadas piernas y se arrodillo entre ellas, apoyando sus nalgas en los talones.

Estaba seguro de que el breve instante que paso desde que yo abrí las piernas y el se coloco entre ellas, las bragas blancas que llevaba no habían pasado desapercibidas a los ojos de nuestros mirones, y eso, sumado a la visión que el tenia de su entrepierna, ya estaba haciendo que se le empezara a endurecer la polla.

Yo estaba decidida a que nuestro publico se marchara contento, y sin casi darme tiempo a acomodarme, eche mano a su paquete y comencé a magrearle por encima del pantalón corto de deporte que el vestía, y a los pocos segundos su rabo hacia esfuerzos por salir de la prisión de estos.

Era indudable que desde su posición tras la valla, los guardias de seguridad no podían ver como yo le masturbaba, sin embargo, era fácilmente imaginable deducirlo por el movimiento de mis brazos y la cara de vicio que ponía.

No puede negar que el saber que nos observaban, a el también le producía un inmenso morbo, así que empezó a deslizar una de sus manos por la parte interior de mis muslos, hasta que llego a posar dos de sus dedos sobre mis bragas, justo a la altura de mi vajina. Solo con una leve presión de estos, consiguió que mi pecho escapara un profundo suspiro, al tiempo que apretaba mis manos contra su polla y sus huevos.

Sin más preámbulos, lleve mis manos a sus caderas y agarre al mismo tiempo sus pantalones y sus calzoncillos y los hice descender hasta sus rodillas. En ese momento su culo debió de quedar unos instantes a la vista de los guardias, aunque rápidamente fue cubierto nuevamente por la camiseta deportiva que llevaba, puesto que arrodillado como estaba, la sentía rozar en la planta de sus pies.

Yo no perdía el tiempo, una de mis manos jugueteaba suavemente con sus genitales mientras con la otra agarraba su erecta polla y comenzaba a hacerle una prometedora paja. Estábamos frente a frente, mirándonos directamente a los ojos, masturbándonos mutuamente, y el ya luchaba con mis bragas para hacer llegar sus dedos hasta mi clítoris, con la idea de darle placer metiéndoselos hasta el fondo del coño.

Yo me incline un poco y aparte mis bragas hacia un lado, indicándole así que deseaba que el siguiera metiéndome mano. Su pulgar empezó a jugar con mi clítoris y sus dedos corazón e índice empezaron a abrirse camino lentamente en el interior de mi coño. Yo le demostraba el placer que experimentaba mordiéndome el labio inferior y emitiendo contenidos gemidos, mientras que a cada instante le acariciaba los huevos y le pajeaba con más rapidez.

Al cabo de unos minutos, los nudillos de su mano chocaban contra mi piel y dos de sus dedos hurgaban en el fondo de mi vajina, mientras, con el pulgar describía rápidos círculos sobre mi clítoris y en mi cara notaba la inequívoca expresión de la que esta a punto de tener un orgasmo.

Yo tenía ahora la boca entreabierta y los ojos cerrados, y mi respiración era mas entrecortada que nunca. Aun así, no cesaba un instante en la paja que le estaba haciendo. Sentía como mis uñas recorrían sus huevos y mi otra mano había adquirido una considerable velocidad en él sube y baja que le aplicaba a la polla.

Al momento, adivine que se iba a correr y encerré la cabeza de su pene en una de mis manos, mientras la otra no dejaba de menearle el miembro. Descargo todo su semen en mis manos, que quedaron impregnadas con el viscoso liquido justo cuando notaba que una gran cantidad de flujos inundaban mi coño. El orgasmo había sido prácticamente simultáneo.

Nos quedamos así durante unos minutos, hasta que nuestra respiración volvió a la normalidad. Yo dirigí una fugaz mirada hacia los abetos y me confirmo que nuestros espectadores se habían quedado a ver toda la función. Disimuladamente, mi novio se subió los slips y los pantalones y yo acomode mis bragas entre mis piernas. Nos levantamos y cuando nos disponíamos a entrar en casa me advirtió:

- Ni se te ocurra lanzarles otro beso.- No te preocupes, no pienso hacerlo. - Le respondí.

Entonces, ante su atónita mirada, y estando encarada hacia la valla, me lleve a la boca la mano que estaba impregnada con su semen, y con mi característica sonrisa felina me metí lascivamente dos dedos entre mis labios, chupándolos de la manera más provocadora que me le ocurrió.

Tanto mi novio como yo admitíamos ya abiertamente que nos agradaba el juego de exhibicionismo que practicábamos ante los guardias de seguridad. Nos complacía enormemente el saber que otras personas disfrutaban contemplando nuestras aventuras sexuales, y ya teníamos convenido, que si se presentaba una nueva ocasión, volveríamos a deleitar a nuestros curiosos amigos con un nuevo espectáculo.

Pero pasaron varios días sin que dicho encuentro aconteciera, ya fuere porque nuestros mirones hubieran cambiado de turno, lo cual desconocíamos, o porque cuando ellos se acercaban a nuestra casita de alquiler, nosotros nos encontrábamos haciendo turismo por la región.

No fue hasta él ultimo día de nuestra estancia en Alicante, cuando a media tarde yo me encontraba en la tumbona del jardín, reposando la comida antes de preparar nuestro equipaje para la vuelta al día siguiente, que un leve ruido tras los abetos llamo mi atención. Allí, en el lugar de siempre, estaba el gigantesco guardia de seguridad con menos pelo en la cabeza que el choco de una muñeca.

El se dio perfecta cuenta de que yo le había descubierto, pero en vez de ocultarse rápidamente como hiciera en la primera ocasión, aparto un poco mas con la mano las ramas de los abetos y se me quedo mirando descaradamente y sonriendo, como preguntándome con la mirada si esa tarde no iba a recrear la vista.

A menos de un metro de distancia, unas manos aparecieron entre los árboles, y tras ellas distinguí la cara del acompañante del armario ropero que conocí el primer día. Lo que me sorprendió, fue que un tercer hombre, al que no había visto nunca, se encaramaba por encima de los abetos que cubrían la puerta de la entrada de la verja, y su cabeza oteaba curiosa nuestro jardín, en busca sin duda de lo que sus compañeros le habían contado.

Aunque estábamos a finales de noviembre, era una tarde bastante cálida, y tanto mi novio como yo llevábamos poca ropa encima. El tan solo cubría sus vergüenzas con un bañador negro, y yo deambulaba por la casa vestida únicamente con mi escueto bikini amarillo.

Llame a mi novio y le dije:

- Cariño, tenemos visita. ¿Qué te parece si les damos una buena despedida?

Mi novio se quedó un momento callado.

- Espérame en la tumbona. Salgo en dos minutos. - Me contesto.

Me dirigí de nuevo al jardín y me acomode en la tumbona, con las manos entrelazadas bajo mi nuca. Los tres vigilantes seguían en el mismo sitio, a la espera de los acontecimientos. Ya no trataban de ocultarse de modo alguno, mas bien parecían impacientes por que comenzara el espectáculo.

Me quedé mirando de nuevo al grandullón calvo, y temiendo que fueran a abandonar su posición de vigilancia le sonreí descaradamente y le guiñe un ojo, como dándole a entender que pronto empezaría la función.

Enseguida apareció mi novio, con su bañador y una toalla azul colgándole del hombro. Se quedo de pie a mi lado observando la valla, y tras mirar uno a uno a los vigilantes dijo:

- Vaya, hoy tenemos mas publico. Eso quiere decir que somos buenos actores.

Se dirigió a los pies de la tumbona y se sentó a horcajadas entre mis piernas a la altura de mis tobillos. Entonces se coloco la gran toalla de playa sobre la cabeza, como si fuera una larga capa que le cubría casi la totalidad de la espalda. Sin preámbulo alguno, hice descender su bañador un palmo, hasta la mitad de sus muslos, agache la cabeza, le agarre la polla con las dos manos, y me la metí entera en la boca.

El estaba recostado en la tumbona justo de frente a la valla, y veía como los tres mirones observaban atónitos la felación que le estaba haciendo bajo la toalla, por no hablar del excelente panorama que debía ofrecerles mi culito escasamente tapado por el minúsculo bikini y las piernas completamente abiertas a los lados de la tumbona.

Se me veía subir y bajar la cabeza a un ritmo pausado bajo la toalla, y el notaba como mis dedos jugaban hábilmente con sus pelotas. El se aferraba a la tumbona con sus manos, observando alternativamente como su polla desaparecía en mi boca y a los tres mirones que a esas alturas debían de estar mas calientes que el rabo de una sartén.

Yo chupaba cada vez con mas avidez, tanto es así que no pudo reprimir el impulso de agarrar mi cabeza por encima de la toalla y acompañarla en mis movimientos. No sé que es lo que más placer le estaba dando, sí el roce de mis labios y de mi lengua sobre su verga, o la atenta mirada de los tres vigilantes.

Era tan intenso el placer que estaba sintiendo, que a los pocos minutos descargo toda su leche dentro de mi boca. Yo la acogí sin que se derramara una sola gota, y sus gemidos y convulsiones, así como sus manos aferrando mi cabeza, habían indicado sin lugar a dudas a nuestros invitados que el producto de la mamada ya recorría su garganta.

Se relajo sobre la tumbona y yo volví a colocar con cierto disimulo su bañador en su sitio, pero antes de levantarme, me acerque a su boca y le propine un profundo beso, y mi pastosa lengua se hundió en su boca, haciéndole saborear el amargo gusto de su propio semen. Sin quitarme la toalla de la cabeza, me acerque a su oído y le dijo:

- Ahora soy yo la que quiere tu cabeza entre mis piernas, pero eso lo haremos en privado.
me levante, y colocándome nuevamente la toalla colgada de un hombro, me dirigí al interior de la casa, moviendo insinuantemente mi culito y mis nalgas, que ahora quedaban casi enteramente al aire por el hecho de que el bikini se había metido entre ellas.

Tras dirigir una rápida mirada a los guardias de seguridad, entro en la casa detrás de mi, y en la habitación de matrimonio me hizo una comida de coño de campeonato, acompañada por varios de sus dedos que se introducían alternativamente en mi vajina y en de mi culo, hasta que a los pocos minutos, su cara estaba completamente llena de mi semen que expulsaba al correrme a base de sus intensos lametazos.

Después de ducharnos los dos, preparamos nuestras maletas para regresar a nuestro domicilio al día siguiente. Era nuestra última noche en la urbanización y decidimos ir a cenar al pueblo, más que nada para no tener que volver a limpiar la cocina.

Nos dirigimos a un restaurante en el que ya habíamos comido varias veces y nos agradaba bastante. Allí coincidimos con uno de los matrimonios mayores que también ocupaban una casita en la urbanización y nos sentamos los cuatro a cenar en una misma mesa.

Era una pareja muy agradable, los dos ya jubilados, que residían en Madrid y que habían decidido pasar allí un mes entero. Estuvimos hablando de temas banales, hasta que a eso de las once de la noche nos despedimos de nuestros acompañantes diciéndoles que nos íbamos a costar, ya que a la mañana siguiente, bien temprano, debíamos regresar.

En un momento llegamos a la casita, y el se dispuso a preparar todas nuestras cosas al lado de la puerta de salida, mientras yo tomaba un baño antes de acostarnos. Cuando ya se disponía a meterse en la cama para esperarme allí, escucho el timbre de la puerta, y despreocupadamente se dirigió a abrir pensando que eran nuestros compañeros de cena, que querían darnos una ultima despedida.

Bueno hasta aquí la primera parte de la historia mañana les seguiré contado quien era el que llamo a la puerta, y no se pueden ni imaginar como termina la historia lo que falta esta muy interesante.

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