lunes, 29 de octubre de 2007

Aventura a Cuatro Bandas 1ª parte

Un par de semanas después de mi primera experiencia sexual con Rubén (aquel chico de enorme y deliciosa polla) me di cuenta de que necesitaba más sexo.

Me había hecho muy amiga de una de mis compañeras de la agencia de viajes. Fuimos cogiendo confianza y empezamos a hablar de chicos y de sexo. Un día me confesó que hacía un mes había tenido una sexual con un chico que trabajaba en Tele Pizza. Tal como ella lo describió no debió ser nada espectacular.

Enseguida le conté mi experiencia con Rubén. Se quedó con la boca abierta cuando relaté todas las posturas en las que me había follado y los cuatro orgasmos que había tenido en una tarde. Finalmente describí la polla de mi compañero y, como ella parecía no creérselo demasiado, acabé por enseñarle la foto que tenía de aquella tarde, en la que se me veía chupándole la polla, con los restos de su virilidad bien visibles en mi cara. Al ver la foto Mónica se quedó de piedra y, convencida de todo, empezó a pedirme más detalles, detalles que yo describí gustosa.

Una de esas noches me contó que había comenzado a tomar la píldora y me convenció para que yo también empezara a hacer lo propio, a fin de poder elegir si el tío debía ponerse el condón o no. Ya duraban un par de semanas nuestras charlas cuando en la terraza de enfrente vimos un chico que nos observaba atentamente. La calle que nos separaba era estrecha, por lo que no nos costó demasiado entablar una conversación con él. Se llamaba Luís. A la noche siguiente le hicimos señales con una linterna y él apareció de inmediato. Nos escrutó con unos ojos penetrantes y acabó sugiriendo que podíamos quedar las dos con él y un amigo suyo al día siguiente. Aceptamos gustosas y a partir de entonces empezamos a salir juntos los cuatro, Mónica con Luís y yo con su amigo Oscar.

Mónica era algo más baja que yo (mediría más o menos 1,60) y más menuda. Su pelo era negro y rizado y sus formas menos contundentes que las mías. No obstante la chica era atractiva, con su culo redondo y un poco respingón, con sus senos pequeños pero provocativos y con unos labios carnosos y sensuales. Los chicos, por su parte, no estaban nada mal. Luís era alto y bien formado, con el pelo castaño y los ojos marrones. Oscar, era más bajo, pero parecía más fuerte. Su pelo era negro y lo llevaba engominado. Me gustaban sus ojos, pequeños, oscuros y penetrantes, tanto que cada vez que me miraba parecía que me estaba desnudando. Lo interesante fue que, cuando apenas llevábamos saliendo una semana, ellos propusieron organizar una “fiesta privada” para el viernes. Nos dijeron que no nos preocupásemos de nada: ellos se encargarían de todo.

Mi amiga y yo decidimos ponernos bien guapas para tal evento, por lo que estuvimos una tarde entera discutiendo como ir vestidas. Yo elegí una minifalda de cuero negro, una sudadera morada de manga larga y zapatos negros con algo de tacón. Mónica, por su parte, se decidió por una falda corta azul clara y muy vaporosa, una blusa negra de raso (algo transparente) y unos botines de ante marrón. Después pasamos por una tienda de lencería y compramos cada una un conjunto de sujetador y tanga, de un morado intenso el mío y de un azul celeste el de ella. La víspera de la fiesta me había depilado un poco el coño, dejando algo de vello corto y rizado sobre el monte de Venus.

Quedamos con los chicos a las cinco en punto. Tomamos café en un bar, fumamos y charlamos, sin que la conversación se deslizase hacia ningún tema en particular. Ellos hablaban pero sobre todo miraban, ya que es justo decir que mi amiga y yo estábamos espectaculares aquel día. A eso de las seis decidimos que ya era hora de comenzar la fiesta y ellos nos llevaron hasta un local.

Era una especie de bajo comercial que hasta no hace mucho tiempo había servido como gimnasio. Primera Banda Cuando cruzamos la puerta y Oscar pulsó un interruptor que encendió al menos una docena de fluorescentes, pude apreciar que se trataba de una sala grande, de unos 80 metros cuadrados. No cabía duda de que había sido un gimnasio, ya que las paredes estaban llenas de espalderas, había pequeñas colchonetas por el suelo, un potro, un plinto y otros instrumentos de gimnasia. A un lado había una enorme colchoneta cuadrada de unos 60 centímetros de grosor, que debía medir más de tres metros de lado. Los chicos se habían esmerado en la preparación de la fiesta. Al lado de la colchoneta grande había dos sillones y un sofá de cuero, algo viejos, pero muy elegantes. Entre ellos había una mesa grande, sobre la cual pude ver de todo: vasos, una nevera portátil (con hielo, supongo), galletas, pastas y dulces de todo tipo, un enorme arsenal de licores (vodka, ron, ginebra, whisky,...) y botellas grandes de coca-cola, naranja y limón. Sobre una mesita pequeña había un radiocasete enchufado a la pared.

La calefacción debía llevar encendida unas horas, porque hacía un calorcito que contrastaba con el frío del invierno que se notaba en la calle. Por eso lo primero que hicimos fue colgar las cazadoras en una especie de percha que había detrás del sofá. En la pared larga frente a la entrada vi. dos puertas separadas unos 20 metros entre sí. Comprendí que correspondían a los vestuarios del gimnasio.

Sin más preámbulos empezamos la fiesta, ya que la cosa prometía. Luís puso música, mientras que Oscar empezó a preparar bebidas como un auténtico profesional. Ni siquiera preguntamos que era la que nos había servido, pero un traguito me indicó que era ron dulce con coca-cola. Estaba muy bueno y, antes de darnos cuenta los cuatro ya habíamos vaciado los vasos. Luís los volvió a llenar, esta vez con vodka y refresco de naranja, y empezamos a bailar a ritmo del Like a Virgen de Madonna. Durante un rato bailamos, bebimos y fumamos, y observé con agrado que los chicos ya se empezaban a atrever a deslizar sus manos por nuestros cuerpos flexibles. Bailé agarrada con Oscar y noté que sus manos se deslizaban por mis caderas hasta llegar a posarse una en cada nalga. Abracé con fuerza su cuerpo y lo atraje hasta mis pechos, frotándome despacio contra él.

A dos metros de nosotros pude ver que Luís besaba a Mónica en el cuello, mientras ella le acariciaba el cabello. Pero yo no deseaba que las cosas fueran demasiado deprisa, así que interrumpí los deliciosos toqueteos de Oscar, cogí de la mano a Mónica y dije:

- Esperad un momento, que vamos a pasar por el servicio.

Cuando acabamos, nos sentamos mi amiga y yo un momento en el vestuario y ella dijo:

- Estos dos tíos van a por todas. No creo que podamos contenerles mucho más tiempo - dijo con una pícara sonrisa en su rostro.

- Ya lo sé - respondí -, pero creo que primero deberíamos darles una pequeña sorpresa.

Y susurré al oído de Mónica la idea que se me acababa de ocurrir. Aceptó encantada y un minuto después asomé por la puerta del vestuario. Vi que Oscar y Luís se preparaban otra bebida. Les llamé y les dije:

- Mi amiga y yo os queremos ofrecer un numerito. Pero tenéis que cumplir tres condiciones: la primera es que pongáis música de Enigma, la segunda que os quitéis toda la ropa y la tercera que os sentéis en el sofá y no os levantéis hasta que os lo digamos.

¿De acuerdo? - De acuerdo - respondieron los dos al mismo tiempo.

Volví al vestuario, donde Mónica reía silenciosamente, y a los cinco segundos se empezó a oír el Sadenes part I de Enigma. Era una música lenta, sensual y deliciosa. Al poco salimos Mónica y yo y vimos a los dos chicos sentados en el sofá completamente desnudos y con un vaso en la mano. Sus pollas estaban duras y tiesas. No tenían el formidable tamaño de la verga de mi amigo Rubén, pero tampoco estaban nada mal. La de Luís era aceptablemente larga y no demasiado gruesa. La polla de Oscar me llamó más la atención: era corta (calculo que mediría poco más de la mitad que la de Rubén) pero muy gruesa y con un capullo enorme.

Nos colocamos frente a ellos, con la mesa de las bebidas en medio. Tal como teníamos planeado las dos, empezamos a bailar de modo muy sensual, con movimientos lentos de caderas. Espalda contra espalda nos acariciamos el pecho y los labios, mientras ellos observaban inmóviles con los ojos redondos como platos.

Después acaricié el cuerpo de ella y me fui agachando al ritmo de la música, mientras mis manos bajaban hasta sus mulos. Fui bajando sus medias negras (ella llevaba medias y yo no) poco a poco, besando sus muslos, sus rodillas, sus tobillos y sus pies, tras quitarle las botas y las medias. Mónica gimió varias veces durante este proceso, con los ojos medio cerrados, lo cual no la impedía echar una mirada de vez en cuando a las pollas impacientes de nuestros compañeros.

Cuando hube acabado con sus piernas ella se colocó detrás de mí y me acarició mientras nos movíamos siguiendo los acordes de la canción. Acarició mis pechos y mi estómago, con unas manos lentas y precias, y acabó deslizándolas por debajo de mi sudadera hasta llegar a rozar mis pezones a través del sujetador. Casi me caigo de gusto en ese momento.

Nuestros amigos observaban con creciente interés nuestros juegos y sus rostros se crisparon algo cuando me quité la sudadera y mostré mi sostén morado, que apretaba mis tetas marcando un delicioso canalillo. Al mismo tiempo Mónica se fue quitando los botones de su blusa, hasta que se pudo ver bien claro su sujetador. Marcaba menos canalillo, pues sus tetas no eran tan generosas como las mías, pero sus pezones erectos abultaban en la fina tela del sostén.

Seguimos bailando, poseídas por la música y por el placer que nos proporcionaba el ir mostrando nuestros cuerpos poco a poco. Noté la mano de ella apoyarse en la cremallera de mi falda de cuero. La bajó y se arrodilló ante mí, tirando de la prenda hasta los pies. Acto seguido yo hice lo mismo, despojándola de aquella faldita vaporosa.

Solo nos quedaba la ropa interior y nuestro baile se volvió aún más erótico. Frente a frente nos movimos hasta que nuestros pezones tiesos se rozaron, y también se rozaron nuestras piernas, mientras nuestros brazos se acariciaban. Su cuerpo, con aquella escueta indumentaria, resultaba excitante y lindo. La tanga azul celeste dejaba escapar algún pelo rizado de su coño. Sus caderas eran finas y sus pezones abultados, apretados por el sujetador. Tenía las nalgas muy redondas y la tanga apenas suponía un fino trazo azul en la raja de su culo.

Nos abrazamos y tanteamos los cierres de los sostenes, hasta soltarlos. Cayeron al suelo casi al mismo tiempo, liberando nuestras tetas, dos pares de tetas encantadoras. Las mías eran más grandes y se agitaban oscilando lentamente. Las de ella eran más pequeñas, pero firmes y rotundas, con pezones rosados y erizados. Los dos chicos aplaudieron en ese momento y silbaron con admiración.

Luís dijo: “¡Qué buenas estáis!”.

Oscar no dijo nada, pero pude ver que con la mano izquierda agarraba su polla y empezaba un lento movimiento de meneo. Abrazadas de nuevo rozamos mis pezones, escapándosenos a ambas un gemido de placer. Nos acariciamos las nalgas y comencé a bajar su tanga. Noté que ella hacía lo mismo y la sensación de aquella fina tela deslizándose por mis piernas fue increíble. En pocos segundos quedamos ambas en pelotas.

Vi que el coño de ella estaba cubierto de un vello negro, rizado y muy abundante. Deslizó su mano a mi entrepierna, acariciando mi coño, mucho más depilado que el suyo. Temblé y mi respiración se entrecortó cuando ella pasó su dedo índice por mi rajita húmeda.

Por mi parte acaricié los pelos que cubrían abundantemente su monte de Venus y los encontré finos como el terciopelo. Nuestras bocas se acercaron y, tras un ligero beso en los labios, nuestras lenguas vibraron una contra otra, fuera de la boca. Los chicos se excitaron del todo e hicieron un ligero ademán de levantarse, pero yo se lo impedí con un gesto brusco. Chupé de nuevo los labios de Mónica y nuestras lenguas volvieron a rozarse fuera de la boca, para que ellos pudieran verlas.

Bueno hasta aquí os dejo la primera parte de esta historia que es pero que muy interesente mañana os pondré la segunda parte que os gustara muchísimo así que no dejéis de leerla.

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