sábado, 31 de mayo de 2008

Diabolico Picadero 4ª Parte

Bien aquí os dejo el final de esta historia del diabólico picadero

De repente siento como me alzan. Mi cuerpo flota sobre el gentío, goteando brillantes chorros. Yo misma aflojo mi vejiga. Enseguida una boca tapona mi entrepierna y se da un festín con mis entrañas.

Como una cantante de rock voy pasando de mano a mano hacia el fondo de la sala mientras me manosean por donde quieren. De repente me paran donde la jauría humana llega a su fin. En la sala de estar, ahí sentado en una gran butaca, está el del primer día. Más bien diría que es un trono. Sus ojos brillan como nunca, sus dientes se muestran en el fondo de una enorme y continua sonrisa. Sus pies parecen pezuñas y en su mano izquierda sostiene un bastón que repica contra el suelo. La habitación parece retumbar con cada bastonazo y, entonces, los fieles seguidores me dejan suavemente sobre el suelo.

Soy la única dentro ese radio de seguridad que parece rodearle. Entonces su ropa desaparece y, entre sus piernas, una enorme polla parece desenredarse como un gran tentáculo.

No me muevo, estoy segura, pero mi cuerpo se acerca a él como si flotase. Siento un miedo irracional e intento frenar mi avance con los dedos de mis pies, pero no hay nada que hacer.

Al llegar junto a él vuelve a invadirme ese olor a azufre. Mi visión se nubla y caigo de rodillas.

Lo que tiene entre las piernas no es normal. Parece palpitar con un corazón propio en su más de medio metro de longitud.

Cierro los ojos y la boca.

Una uña afiladísima me recorre la barbilla.

Abro los ojos: no hay uñas, ni pezuñas, ni apéndices de medio metro.

No entiendo nada, pero hago lo que creo más normal: tragarme esa polla con todas mis ganas. Ayudándome con una mano ejercito la parte del miembro que no me trago. La saco y pego mi lengua al tronco hasta llegar a sorber sus huevos. Vuelve a la punta y me la meto casi entera. Entonces parece crecer dentro. Siento mis mandíbulas a punto de desencajarse y le miro aterrorizada.

Su sonrisa me tranquiliza y puedo volver a cerrar la boca alrededor de esa verga tan deliciosa.

Sosteniendo mi barbilla me alza y me pide que me gire. Su voz suena rocosa, como si procediera del mismo centro de la Tierra. No puedo más que obedecer la orden.

Vuelvo a ver el montón de gente enredada, fornicando como locos, la mayoría, pero algunos mirando alrededor, extrañados y confusos, como si no entendieran que estaban haciendo allí.

Entonces, sin moverme, siento algo presionando por debajo, reptando por mis muslos con un destino claro.

Grito al sentir mis labios vaginales separándose como nunca. Soy incapaz de girarme para ver qué me está follando. Ni puedo ni quiero.

El intruso se mueve a sus anchas en mi interior, llega al fondo y se detiene.

Una enorme lengua viscosa me recorre la espalda desde la raja del culo hasta la nuca.
En mi vajina eso se ensancha y crece.

Todo mi ser arde de placer. Bajo mis caderas un poco y entra más. Parece casi imposible pero logro sentarme en su regazo, con toda su estaca clavada.

Una sonrisa suena en mi oído junto a unas palabras que vienen directas del averno:

-"Sí, sí sabía que eras tú"- y entonces mi cuerpo empieza a subir y bajar sin manos que me ayuden.

Quizás debería preocuparme, pero no puedo. Toda yo soy una herida abierta. Hasta el contacto del aire me hace gritar. Mis pezones parecen a punto de estallar y a mi vajina le falta poco para desgarrarse.

Algo tapona mi culo y empieza a recorrerme el clítoris.

Mis caderas suben y bajan con ritmo endiablado. Apoyo mis manos en el suelo y algo se mete en mi culo. Y se mueve. Y crece.

Estoy al borde de todo: mi cordura se escurre patas abajo mientras bombean mis dos agujeros a la vez. En mi intestino esa cosa se retuerce y gira para contactar con el miembro de mi coño que no parece querer detenerse... Entra más y más.

El cuerpo me arde con una fiebre uterina desbocada. Me muerdo el labio inferior y cierro mis ojos con fuerza mientras aprieto mis pezones, los pellizco y retuerzo como quiero: la intensidad que proviene de mis bajos me deja el resto del cuerpo insensible, adormecido. Nunca había sentido nada igual y me corro con una violencia inusitada.

Mis manos agarran mi cabeza y grito. Mis muslos se contraen y los dedos de mis pies se separan. Las paredes vaginales sudan placer sobre eso tan enorme que las separa y toda yo tiemblo. Siempre había creído que el orgasmo femenino era más mental que otra cosa, pero éste me lo han arrancado a la fuerza. Cada embestida me iba enloqueciendo.

Entonces un enorme y ardiente torrente me llena por completo. Salgo disparada contra el suelo por la violencia eyaculatoria y con mi coño repleto de esperma.

El olor a azufre se hace insoportable.

Litros y litros silban por encima de mi cabeza salpicando a la concurrencia.
La gente se vuelve loca intentando conseguir una sola gota... Y todo vuelve a empezar. Los que antes se preguntaban qué hacían ahí, ahora vuelve a chupar, meter y recibir...

Tiemblo tirada sobre el suelo.

Giro mi cabeza... Una mano se postra sobre mi vientre.

-"Ya está. Todo ha acabado y empieza una nueva era".

Y todo se oscurece.

Las noticias del día siguiente:

Desapareció tal y como llegó. Nadie es capaz de entender las razones que llevaron a más de un millar de personas a participar en una orgía multitudinaria. Ninguno de los participantes fue capaz de responder ni una sola pregunta al respecto. Miradas perdidas y bocas desencajadas fue lo único que tuvimos por respuesta. Parece que todo empezó en un pequeño estudio del barrio antiguo hasta llegar a pleno centro de la ciudad. Calles repletas de gente copulando y, lo más extraño de todo, como pueden ver en las imágenes, aquello acabó de golpe. Personas desnudas se preguntaban como podían tener los genitales de un desconocido en su boca o en partes que no sabían ni que existían.

Las imágenes completas de tan bestial bacanal las podrán ver esta tarde en el especial "Tomate en plena calle" que les estamos preparando"...

Nueve meses después

Hay gente que al verlo sale corriendo al ver sus ojos completamente negros, otros son incapaces de acercarse aludiendo un insoportable hedor a azufre, otros, ateos convencidos, rezan o se santiguan antes de salir corriendo sin saber porqué...

No lo entiendo, viendo como el niño más precioso que he visto en mi vida descansa en mis brazos, como me agarra un dedito, como se acurruca en mi pecho.

No tenemos que preocuparnos por nada: los dos sabemos quien es su padre y lo orgulloso que está y estará de su retoño.

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